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martes, 30 de octubre de 2018

La bailarina

La bailarina

Los papás de Tamara, trabajaban todo el día, por lo que la pequeña, quedaba al cuidado de su niñera. Vivía en una casa enorme, rodeada de un parque tan grande que parecía un bosque. En realidad lo era, ya que en él vivían criaturas fantásticas y mágicas. Eso decía siempre Tamara.
Al borde de ese bosque corría un pequeño riachuelo, un hilo de agua que formaba cascadas entre los árboles y piedras.La pequeña llegaba del colegio y lo único que quería hacer, era ir a jugar al bosque con sus amiguitos.

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La niñera no veía peligro alguno, así que se lo permitía, acompañándola y vigilando de lejos.
Podía ver como la pequeña se metía en su casita hecha de palos y telas, y al ratito salía con algún vestido de mangas muy anchas. Al verla a lo lejos, parecía que tenía alas, las que agitaba dando giros y giros. Una paloma, un búho y mariposas y una zarigüeya, la acompañaban en sus vueltas. Más allá, entre los árboles, seguro habían hadas y duendes, que idearían, la forma de cumplirle el sueño a la niña.

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Tamara amaba bailar. Soñaba ser bailarina de ballet, pero sus padres siempre estaban tan ocupados, que nunca escucharon lo que su pequeña tenía para decir.
Le traían regalos de cada uno de sus viajes, juguetes, ropa, objetos que a Tamara le encantaban, pero nada lograba hacerle cosquillitas en el corazón, como sucedía cuando danzaba en el bosque, rodeada de sus amiguitos. 
Sus padres, llegaron a decirle que no valoraba todo lo que le daban. La niña, se sentía cada día más y más triste. Ella simplemente quería la compañía de sus padres y bailar. Pero no tenía ninguna de las dos.
Cómo podría decirle que era lo que ella quería, si ellos no tenían tiempo de escucharla. Siempre estaban muy ocupados con el trabajo o los viajes.
Un día Tamara, fue al bosque a jugar, pero no se puso aquellas alas ni giraba, sino que se sentó y los amiguitos la rodearon preguntando que le sucedía.
_ Estoy triste, dijo la pequeña. Yo amo a mis papás y me encanta que me traigan regalos, pero yo los extraño a ellos. Y además, yo quiero bailar, quiero ir a una academia de baile.
_ ¿Y nunca le has dicho a tus papás, que es, lo que quieres ser? Preguntó la paloma mientras picoteaba el suelo cerquita de los piecitos de Tamara.
Las mariposas revoloteaban la nariz de Tamara, como dándole besitos, y dijeron, vamos a bailar! Y revoloteaban sobre su cabeza, subían y bajaban...
Hasta los árboles comenzaron a mover sus ramas, como siguiendo el ritmo de una música, que solo escuchaban los corazones.
Tamara cambió la expresión de su rostro, volvió aquella sonrisa grande y hermosa que tenía, y se puso a bailar.
El sol estaba por esconderse, iba siendo hora de regresar a casa. Pero un rayo de luz blanca, apareció de entre los árboles. Era un hada, gigante, del tamaño de una persona, y hacía rato, la observaba escondida detrás de los árboles.
Tenía unas alas brillantes, que titilaban como las estrellas en el cielo nocturno.



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Tamara observó su rostro y le recordó al de su niñera. Pero su niñera no era un hada y además estaba cuidándola desde lejos, allá cerca de la casa.
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_Pequeña, dijo el hada, me llamo Crystal. Me han contado unos pajaritos que amas bailar.
_Si, contestó la niña, mirando de reojito al búho y la paloma.
_Yo también amo bailar, y hace mucho tiempo lo hago en este bosque todas las tardes. ¿Quisieras bailar conmigo y mis alumnas?
_ ¿Podría? ¡Siii, me encantaría! ¡Pero no tengo ropa de baile!
_Eso lo podemos arreglar… cierra tus ojitos e imagina con todo el corazón, que estás vestida como una bailarina, y el corazón, sentirá que así es.


Pero, para que funcione todo, tienes que prometerme algo. Vas a decirle a tus papis, que lo que tú amas y quieres, es bailar. Si tú no se los dices, ellos no lo adivinarán. Siempre, debes decirles lo que sientes, aunque estén ocupados. ¡Háblales! 
Y hay otra cosa, quiero decirte: Si algún día, tienes miedo de algo o alguien, o alguien te hace daño, debes contárselo, a quien tú le tengas confianza. Pueden ser tus papás, abuelas, maestra o a quien sea, pero debes decirlo, para que puedan ayudarte. Nunca lo olvides.
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Así todas las tardes, además de jugar, ahora tenía clases de baile con el hada Crystal, experta en baile. Se sentía una bailarina de ballet, hasta con su traje completo.
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Tamara regresó feliz esa tarde. Quería contarle todo a sus papis, pero estaban de viaje y demorarían una semana.
Las clases con Crystal eran maravillosas. Las otras alumnas, eran hadas, mariposas y hasta la zarigüeya danzaba sin parar.

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La semana pasó, y los papás de Tamara regresarían esa tarde.
Llegaron como siempre cargados de maletas. Muchos abrazos hubo esta vez. Muchos, muchos, “te extrañaba mamá, “te extrañaba papá. También sus papás, dijeron a la pequeña
que la habían extrañado mucho.


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Comenzaron a abrir las maletas y a dar a la niña sus regalos. Varias cajas y bolsitas eran para Tamara. Pero una, hizo que el corazón de la niña, sintiera cosquillas. Tantas cosquillas que, cayó sentada en el sillón.
En la bolsa, había zapatillas de ballet, malla y tutú., igualito al que ella había imaginado tanto.
Abrazó con tanta fuerza a sus padres, que éstos entendieron al fin, que la pequeña no había sido jamás, desagradecida, sino que ellos nunca habían escuchado lo que su pequeña sentía y quería. Tanto, la habían extrañado en ese viaje, y tanto entendieron su poco tiempo con la pequeña, que decidieron estar más en casa, y no viajar tanto.
_ ¿Cómo supieron?, preguntó Tamara a sus papás.
_ Nos lo contó un pajarito, dijo la mamá sonriendo.
Tamara volvió a mirar de reojito, pero esta vez a su niñera, porque era la única que había en la sala.
La niñera miraba sonriendo la escena, como si de verdad no tuviera idea de lo que hablaban, pero Tamara, que tenía aquel poder de ver a sus amiguitos mágicos en el bosque, vio, que de la espalda de la niñera, brillaba una luz blanca, muy parecida, a la que emanaban las alas del hada Crystal.
La mamá tomó de la mano a la niña y la invitó a probarse el atuendo de baile, a lo que Tamara accedió súper feliz.
Subieron las escaleras y en el dormitorio, madre e hija tuvieron una hermosa charla.
Tamara pudo contarle a su mamá, cuánto soñaba ser bailarina. Y quiso mostrarle, cuánto sabía.
La mamá quedó muy sorprendida de la habilidad de su pequeña. Parecía un ave danzando en el aire. Su cuerpecito se movía con la gracia de las hojas de otoño, cuando caen de los árboles.
Tamara era feliz, muy feliz, no solo porque ahora sus papás sabían de su sueño y la acompañarían y apoyarían para que lo cumpliera, sino porque ahora, los tendría más cerca para abrazarlos y compartir mucho tiempo con ellos.
Comenzó las clases de ballet en una academia, y en las tardes, practicaba en el bosque con Crystal y sus compañeras de baile. El búho, las mariposas, la paloma y Zari, como le decía a la hermosa zarigüeya, la esperaban en el bosque para bailar y jugar.
Luego la zarigüeya, todos los días, la acompañaba hasta la casa y Tamara a cambio, le regalaba una rica fruta para su cena.




Nota para los adultos:
Tamara tuvo la suerte de tener una niñera mágica, que la ayudó a sobrellevar la falta de tiempo con sus papás, alimentó su sueño, e ideó la manera de hacerles ver a los padres lo que se estaban perdiendo. Tiempo finito”… tiempo que no vuelve jamás, tiempo perdido.
Pero, en la vida también hay monstruos, que muchas veces, viven muy cerca de nuestros pequeños. Monstruos que esperan una pequeña distracción para hacer daño, mucho daño.
ATENTOS!!! a lo que nuestros peques demuestren!!!!!!…

Autora e ilustradora:
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Rincón infantil
Derechos reservados
Uruguay

martes, 16 de octubre de 2018

Programa de radio, donde dan lectura a mi cuento, El reino de los dientes"

Aquí les dejo la transmisión del programa de radio que me invitó a participar. Precioso programa.. en el minuto 44 dan lectura a uno de mis cuentos.. pero escúchenlo-véanlo todo con sus peques que está muy lindo ! Gracias Había una vez" por difundir mis letras. Abracitos.


(Les dejo el link de face donde lo pueden encontrar)

https://www.facebook.com/sandra.gabriela.716533/videos/323733275104367/?hc_ref=ARR25RsTN-9QVjX5i1u9l80Vv9FXQVyhL3iPgLw6WEJK37BgxQnNUcpJCKpSFkGbrPw&__xts__[0]=68.ARAyM4WboeQ20QjNbOp6D5ogtN7smvBVPSP-zK4ghfYZeYnq5DrjVyjR6Lg7vXtmtaVAamnMVSVJWKcRFQUxzeUTa7WPm5yjFBLYzQgf50o7aPo4xlMA7vwfKYfA5F3tlzEnR4_OqBbz78IKnbMaF5uCNuE_g7cUX2UxDAMrGdHysP8lZbjDD7ko-Js4fvYpYqIKHci_dKqWflrVtsvnFg&__tn__=FC-R

Invitación al programa de radio, Había una vez"

Hola a todos, cómo están?? Tengo una noticia hermosa que contarles... me invitaron a participar de un programa de radio, con una propuesta para niños. Ellos comparten cuentos, adivinanzas, etc, una hora entera, dedicada a los pequeños. Así que estaremos presentes con algún cuento, seguramente la semana que viene. Ya les diré exactamente cuando. La radio sale en facebook también así que pueden escucharla con sus peques.
La radio es FM 104.7 SENSACIÓN, SANTA FE... 
El programa se llama, Había una vez" y es los sábados de 18 A 19 hs.. este mes el horario varió, de 18:30 a 20 hs.
Desde ya muchas gracias Había una vez y a sus responsables, Sandra y Agostina.

Candy y la caracola en la playa

Hola, cómo están?  Yo me fui a la playa, aprovechando el día primaveral. Y a que no adivinan a quién me encontré?
Siiiiii a Candy y su caracola mágica... rCompartimos la tarde y luego, se vino conmigo!! Ahora comparte mi espacio escritorio- taller. Aquí se las presento.... besitosss miles....espero les guste la sorpresa y la sesión fotográfica que hicimos! lqm












El reino de los dientes


El reino de los dientes

El diente de Samuel, estaba flojito, flojito, a punto de caer. Era un diente hermoso, bien blanco y perfecto. Samuel estaba ansioso, quería que su diente se cayera pronto, para que el ratón Pérez viniera a buscarlo y le dejara moneditas debajo de su almohada. Ni idea tenía lo que sucedía luego, ni adónde los llevaba el ratón.
Tanto lo movió Samuel con sus deditos, que el dientito no pudo sostenerse más, y cayó en la manito del niño.
Corrió a mostrar el dientito a su mamá, a su papá, a los abuelitos y hasta llamó por teléfono a su bisabuela para contarle. Estaba feliz, porque el ratón Pérez lo visitaría en la noche.
Cuando todos estaban dormidos en la casa, el ratón salió por un pequeño agujerito del piso y corrió hasta el dormitorio de Samuel. Sin hacer ruido, trepó por las sábanas, y se metió bajo la almohada.
Envolvió el diente con mucho cuidado, sacó unas monedas relucientes, del morralito que traía en su espalda, y guardó el diente. Luego bajó por donde había subido y desapareció corriendo de la habitación.
Mientras tanto… del otro lado del agujerito del piso, se abría un portal secreto, que llevaba al reino de los dientes y muelas. Allí vivían todos los dientes y muelas de todos los nenes del mundo.
Algunos llegaban sanos y fuertes, solo habían caído por que era su momento de caer, pero otros, llegaban al reino, muy enfermos. Con grandes manchas o pequeños agujeros en su cuerpito. Esto les producía mucho dolor, tanto que se les hacía imposible hacer lo que hacían los demás, jugar y disfrutar del hermoso reino.
Un día llegó al reino, un pequeño dientito muy herido. Se llamaba Carielito. Casi no podía caminar porque una de sus patitas estaba rota. Los demás ayudaban a Carielito para que pudiera salir a observar las maravillas del reino.
Aunque quietecito, disfrutaba con los demás. Charlaban, hacían chistes, se contaban cosas de sus vidas, antes de caer.
A los lejos en el parque, podía verse una muela enorme, que brillaba. Parecía ser de diamante por el brillo que despedía. Llevaba algo en sus brazos, algo que sobresalía por encima de su cuerpo.
Algunos comenzaron a reír y a hablar en voz baja. Miren, allá va la presumida de Muelinda, con su pluma de pavo real. Dicen que se cepilla todo el tiempo. Siempre cuenta la misma historia. Que la cepillaban detenidamente, cada vez que comían algo, que visitaba al odontólogo muy seguido, que bla bla…
Entre chiste y chiste, alguien se les acercó.
Era una hermosa muela, brillante y perfecta. Era Muelinda.
Carielito quedó impactado con su belleza. Con su brillo y perfección.
_Hola Carielito, yo soy Muelinda. ¿Cómo te sientes?
_Hola Muelinda. Me siento medio mareado. Me dieron una medicina para poder curarme y me dijeron que debía cepillarme mucho para sacarme estas manchas que me han salido.
_ Así es amiguito. Veo que tu humano no te trató nada bien. Seguro no te cepillaba como debía y por eso, te han salido caries.
Para que podamos estar sanos y fuertes, nuestros humanos deben cepillarnos luego de cada comida y visitar al odontólogo cada tanto. ¿Te llevaban al doc, Carielito?
_ Mmm no recuerdo, creo que no. Y me cepillaban muy pocas veces y muy rápido. Me picaba mucho el cuerpito y cuando empezaba a disfrutar el cepillado…ya lo daban por terminando, decía Carielito mientras se rascaba.
¬¬¬_Mira amiguito… aquí se ríen de mí. Todos creen que yo no les oigo, que no sé, pero si se. Sé que se burlan porque llevo esta pluma, pero es para protegerme del brillo del sol. Yo también estuve herida cuando llegué. Antes de caer, me cuidaban mucho. Me cepillaban, detenidamente. Me sentía mimada. Pero un día, el pequeño se cayó y yo me lastimé. Caí antes de tiempo y aquí en este reino, me ayudaron a sanar. Por eso ahora llevo mi pluma para guiarme, ella me ayuda con ese ojo que todo lo ve.
Ahora yo, ayudo a todos aquellos que llegan heridos.
Los demás que antes reían, ya no lo hacían. Escucharon la historia de Muelinda que no sabían. Antes la juzgaban sin saber.
_ ¿Dime Carielito, te gustaría ser mi ayudante cuando estés mejor?
_Claro Muelinda, me encantaría ayudar a los demás.
Todos los demás, se acercaron a Muelinda y Carielito y se ofrecieron también a ayudar.
Carielito aprendió a cepillarse bien y pudo curar todas las manchitas de su cuerpito. A su vez, enseñaba a los otros a cepillarse muy bien.
Cada día el reino brillaba más, porque todos estaban mejorando, poniéndose tan brillosos y perfectos como Muelinda.
Sería maravilloso decía Muelinda, que todos cayeran sanos y fuertes, para que al cruzar a este reino tan bello, pudieran jugar y disfrutar sin tener que esperar a sanar.
Recuerda cuidar tus dientitos y muelas, para que al caer, crucen al reino de los dientes sanos y felices.
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Uruguay
Derechos reservados
Ilustración: Monica Beneroso Salvano

Como las flores de primavera


Como las flores de primavera

La primavera llegó, con sus colores y perfumes. Con las aves que trinan por la mañana y las mariposas que visitan los jardines.
Paloma, esperaba ansiosa el día de la primavera, para ir al parque con sus papás. Le habían prometido, llevarla a remontar cometas y a un picnic al lado del lago.
Ese día, su papá tuvo un inconveniente de trabajo y no pudo llegar a casa, ni llevar a Paloma al parque.
Al ver a la niña algo triste y desilusionada, a la mamá se le ocurrió hacer lo mismo, pero en su jardín. No había lago, pero si un estanque pequeño.
No estaría toda la tarde, su papá, pero aprovecharían la tarde igual, mientras lo esperaban a que volviera.
Llevaron una manta al jardín y la tendieron junto al estanque. Allí, había algunos pececitos de colores.
Las plantas, habían crecido bastante, formando matorrales con pequeñas florcitas, que ya comenzaban a abrir.
Llevaron en vez de cometas, papeles y lápices de colores, para pintar y crear.
Mientras la mamá, fue a preparar un rico licuado de frutas, la pequeña comenzó a pintar e imaginar una historia con su dibujo.
Ella pintó el estanque y a uno de sus pececitos favoritos. Uno verde y dorado, que parecía un colibrí cuando saltaba y asomaba del agua, dando volteretas. Saltaba tan alto, que parecía que volaba.
De pronto un colibrí apareció zumbando, de entre las flores. Quizá le llamó la atención aquel pececito, que saltaba imitándolo. Tenía los mismos colores que el pez, en su plumaje. Lo diferenciaba su larga cola morada y su gran piquito.
La pequeña Paloma, volaba con su imaginación mientras pintaba la escena.
De pronto, el colibrí, con una voz muy suave, dijo al pececito:
_Ven, vamos a volar juntos. Es muy bello este jardín.
_No tengo alas, dijo el pececito, por eso salto lo más fuerte que puedo, e imagino que vuelo muy alto, que toco las nubes, que poso en los árboles frondosos y recorro todos los jardines.
_ ¡Hola pececito! ¡Hola colibrí! dijo Paloma. Yo también sueño que puedo volar. A veces, cierro los ojos y me imagino que subo y subo, como un ave, como una paloma blanca, como mi nombre, hasta tocar las nubes.
_ Y vamos, dijo el colibrí. Ven tú también. Vamos, los llevaré a conocer cada rinconcito del jardín.
Así fue que la pequeña, sintió que sus pies se despegaban del piso. Tanto, que si miraba hacia arriba, veía las estrellas muy cerquita, y si veía abajo, podía ver su sombra y el estanque, las flores, el pasto, los colores y su hermoso dibujo, muy lejos, allá abajo.
El dibujo, era muy parecido a todo lo que estaba imaginando en ese momento.
La mamá de Paloma, llegó con el licuado fresquito y delicioso para compartir con su hija.
Quedó asombrada de lo rápido que había dibujado la pequeña.
_ Qué hermoso dibujo mi cielo, y que rápido lo has hecho.
_ ¿Te gusta mami? Es que el colibrí y saltarín, el pececito, me ayudaron a pensar y a ver desde muy arriba, para poder dibujar.
Que maravilloso hijita… que bellos esos amiguitos tuyos.
Poco después, el papá llegó a casa y se unió al picnic. Paloma estaba feliz, aunque no hubiera ido al parque ni a remontar cometas.
A veces, nos ponemos tristes porque no podemos ir a donde queríamos. Pero no importa donde vayamos, o donde estemos. Si compartimos con quienes queremos, el lugar se vuelve mágico. Y si estamos solos, también podemos hacer que el lugar se vuelva mágico.
Podemos volar, con la imaginación, como lo hacía saltarín el pececito y la pequeña Paloma.
Esa tarde fue mágica y hermosa, para Paloma el colibrí y saltarín.
También para su mamá, que tuvo la posibilidad de explicarle a su nena, que podemos ser, todo lo que queramos ser. Algunas cosas llevan esfuerzo, otras, basta con tener ganas de hacerlas.
Nunca lo olives pequeño… sueña y crea tu mundo, luego esfuérzate, y seguro serás, lo que quieras ser. Tus sueños florecerán, como las flores en primavera.

Nota para los adultos:
Denle alas, a esa pequeña gran, imaginación de sus pequeños. De esa imaginación, se nutre su futuro. Por un futuro de pequeños libres y felices, donde florezcan siempre sus sueños e ilusiones.


Mónica Beneroso Salvano
Yeruti
Ilustración: Mónica Beneroso Salvano
Uruguay
Derechos reservados

El bosque arco iris


El bosque arco iris

Camill, era una nena, que debido a sus alergias, debía pasar mucho tiempo en su dormitorio.
A veces se ponía triste, porque no podía salir a tocar las flores, o abrazar a un cachorrito, o simplemente comer algo rico, como un chocolate.
Pero podía soñar, como casi nadie podía. Y al despertar contaba los hermosos sueños que había tenido. Todos a su alrededor, se maravillaban de las historias fantásticas, que contaba al despertar.
Decía que su amiguita de los sueños, la ovejita Tita, le había mostrado un bosque, donde convivían todos y se respetaban tal cual eran. Allí los árboles eran todos diferentes. En especies, tamaños y colores. Le llamaban el bosque arco iris.
Un mañana, Camill abrió sus ojitos, y sentada junto a ella en la cama, estaba su amiga la ovejita Tita. Había cruzado desde el reino de los sueños.
Tita traía en sus manitos, una pluma y un libro diminuto. Tomó de la mano a Camill, y la llevó hacia el jardín donde estaba la casita de muñecas.
Entraron a la casita y sobre la pequeña mesita, había una cajita dorada.
Camill, abrió la cajita sorprendida, porque nunca la había visto allí.
Una llavecita multicolor, brillaba en el interior.
Tita, tomó la llave y la introdujo en la pequeña cerradura, que había en el libro.
El libro abrió sus tapitas, como si fuera un cofre que guardaba tesoros, y mostró sus hojitas blancas, sin nada escrito en ellas.
Luego le dio la pluma a Camill y le dijo que escribiera allí, un deseo.
_ Piensa muy bien lo que deseas, le dijo. Solo puedo cumplirte uno.
_ Camill, apretó sus ojitos y recostó el librito a su corazón; luego pidió su deseo, mentalmente.
_ Tita, inmediatamente, se acercó a Camill y le dijo que mirara el libro.
El libro que antes estaba vacío, se había cubierto de letras, y rayas.
_Observa, dijo Tita, ¿reconoces algo?
_ Si, dijo Camill, emocionada. Es el mapa que me mostraste en sueños, y que llevaba al bosque arco iris.
_ Así es pequeñina, dijo Tita. Iremos desde aquí, y allí tu deseo será cumplido.
Al momento se oyó un toc toc, en la puerta de la casita de muñecas.
Al abrir, una ardilla, con un gran sombrero, lentes y una mochilita en su espalda, las saludó.
-¡Buenos días Camill! ¡Buenos días Tita!
_ Buenos días Pilla, dijo Tita, y le dio un abrazo.
_ Buenos días, dijo Camille. ¿Y tú quién eres?
_ Yo soy Pilla, la ardilla guardiana, del bosque arco iris.
_ ¿Y por qué has venido tú? Preguntó Camill, cada vez más intrigada.
_ Yo he venido a buscar la puerta.
_ ¿La puerta? ¿Qué puerta? Preguntaba Camill, mientras caminaba detrás de Pilla, que había sacado de su mochila una esfera de cristal y parecía usarla como brújula.
_ La puerta que nos llevará al bosque arco iris, sin que tengas que dormirte.
De pronto Pilla y Tita, se miraron y caminaron hacia una piedra que había en el jardín. Al aproximarse, unas orejotas asomaron, luego bigotes y luego una trompita rosada.
Era la coneja Meja. Tímida se asomaba, para asegurarse que eran sus amigas, quienes se acercaban.
_Al fin llegaron, dijo Meja. ¡Hola Camill!
_ ¿Y tú? ¿Quién eres?..
_ Soy Meja, la coneja más rápida del bosque arco iris. Tan rápida, que cada vez que tú te duermes, yo salto desde el reino de los sueños y te llevo a pasear por él.
Camill, se restregaba los ojitos, porque ya no sabía si estaba despierta o soñando. Era alérgica a casi todo, y esa mañana andaba con una oveja, una ardilla y una coneja, y ni un estornudo.
Pensaba…
-Mmmm ¿será que ya, se cumplió mi deseo?
_ Vamos Camill, vamos que ya sabemos dónde está la puerta. Corre, corre…
Y corrieron todas hacia la cocina de la casa.
Meja, Pilla y Tita, se metieron debajo de la mesa y le estiraron la mano a Camill. La niña se agachó y también se metió bajo la mesa.
De pronto, se vio en el bosque arco iris. Pero esta vez, olía el perfume delicioso de todas las flores. Sentía en los dedos, las diferentes texturas, de las cortezas de cada árbol. Algunos se perdían entre las nubes, muy flacos y altos. Otros eran bajitos y regordetes. Algunos de colores oscuros y otros con colores brillantes. Era hermoso, mágico. Se escuchaban las aves trinar, formando exquisitas melodías. Todos eran tan distintos y sin embargo formaban el bosque más hermoso de todos los bosques. Camill estaba tan encantada, que se sentó junto al tronco de unos de los árboles. Uno que tenía el follaje, de su color favorito. El lila. Y se quedó dormida.
De pronto su mamá, entró a la cocina y se encontró a Camill, dormida bajo la mesa.
_ Hija, que haces bajo la mesa. Luego te da tos y estornudas todo el día. Ya sabes que no puedes tomar frio.
_ Mamá, es que Tita, Pilla y Meja, me vinieron a buscar para llevarme al bosque arco iris.
_ Mi vida, otra vez estabas soñando. Vamos hija, vamos, debes abrigarte.
Desde ese día Camill, ya no sufre más alergias. Ahora tiene en su jardín, una oveja y una coneja y a veces una ardilla llega a visitarlas.
Al estar mejor la nena, hicieron ese viaje en familia que siempre quisieron, pero por cuidar a la niña no se animaban.
Se fueron a la montaña, buscando aire puro y tranquilidad. Al salir a caminar por el bosque, pudieron observar la variedad de colores y especies de los árboles. Eso lo hacía maravilloso, mágico, perfecto.
_Es un bosque arco iris, dijo Camill. Por eso es tan hermoso.
Como el bosque arco iris, es el mundo en que vivimos. Todos somos distintos. Cada uno con su apariencia, personalidad, ideas y actitudes. Todos juntos, hacemos un bosque maravilloso.
Siempre respeta, valora y acepta a los demás, con sus defectos y virtudes. Como en el bosque, aceptan a todos los árboles, sin más.
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Rincón infantil
Uruguay
Derechos reservados
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El jardín de la Sra Rude

El jardín de la Sra Rude



El jardín de la Sra Rude, siempre estaba esplendoroso, durante todo el año. Las flores eran altas y enormes, con pétalos del tamaño de una mano. Con colores hermosos y brillantes. Parecían pintadas con acuarelas, sacadas del arcoíris. En invierno, era la única casa en toda la ciudad, que el jardín estaba florecido y colorido, como si fuera primavera.
Todas las señoras estaban celosas de su jardín. Era una Sra pequeñita, muy flaquita. A veces hasta podía jugar, subiéndose a las flores. Quien de lejos la observaba, podría pensar que era un duende, o un hada entre las flores.
Vivía junto a la casa de la Sra Patricia, que también tenía un jardín, pero sus plantas no crecían bellas como las suyas.
Patricia vivía sola, ya que sus hijos estaban lejos. Tenía dos nietecitas, Martina y Magali, pero solo podía ver a una, a Martina, ya que la otra vivía lejos y por diferentes situaciones, pasaba mucho tiempo sin verla. Su corazón, le dolía mucho, porque amaba a sus dos nietitas por igual, y el no poder verla, le dolía demasiado.
Charlaba mucho con la Sra Rude, y le contaba de sus nietitas. A veces traía a Martina para que la saludara y viera la belleza de aquel jardín.
_ ¿Cómo hace Rude, para que sus flores estén tan grandes y hermosas? Preguntaba Patricia, interesada en el cuidado del jardín. ¿Le pone algún alimento especial en las macetas?
_ Ahhh vecina querida, les doy mucho amor. Y además, reciben amor, de cada quien las ve, aprecia o saluda.
La Sra. Rude, era un ser especial. Era muy amable y cariñosa con todos. Sobre todo, con los niños del barrio. Todos pasaban y se detenían a observarla en su jardín. Ella levantaba su bracito flaco y agitaba su mano, saludándoles.
_Buenos días, preciosos. ¿Cómo están?
_Buenos días, Sra. Rude, Le respondían algunos. Otros, seguían camino, como si nada hubieran oído.
Patricia notó que unos niños pasaron por la vereda y la Sra. Rude los saludó amorosamente.
Los niños la miraron con gesto de burla, rieron y gritaron.. ehhh vieja locaaaa!
Y corrieron, sin contestarle el saludo. Rude, entristeció y bajó la mirada, luego miró alrededor, como buscando algo.
Detuvo la mirada, sobre un grupo de flores blancas. Luego caminó hacia ellas, pidiendo a Patricia y Martina, que se acercaran.
_ Miren, dijo la Sra. Rude. Miren como han bajado sus cabecitas. Miren como han quedado sus pétalos marchitos.
Era verdad, hacía unos momentos atrás, estaban esplendorosas.
_ ¿Qué les ha pasado? Dijo Patricia.
_ Abu, que les pasó a las florcitas, por qué se pusieron así... Están tristes… ¿lloran las flores Abu?
_No mi amor, no lloran las flores, dijo Patricia abrazando a Martina que se había puesto triste también, al ver las flores así.
_ Si lloran, dijo la Sra. Rude. Lloran por dentro. Se entristecen cuando sienten que un niño en lugar de dar amor, se burla o es egoísta.
¿Vieron esos nenes que pasaron y yo saludé? ¿Vieron su actitud?
Mis flores, son especiales. Cada vez que alguien no me responde el Buenos días! Buenas tardes! O el simpe Holaaa… una de ellas se marchita. Si alguien me habla con burla o es malo, pueden morir de tristeza.
Como sucede contigo, Patricia. Tú sufres al no ver a tu nietita. Tu corazón no entiende que situación pueda existir, para que no puedas verla. A todas las personas y seres de este mundo les, sucede igual, Cuando alguien les levanta la voz, o les dice algo feo, su corazón sufre, llora. Algo parecido sucede con las flores de mi jardín. Ellas sufren ante un gesto violento y se marchitan.
Patricia, abrazaba fuerte a Martina, y pensaba cuánto deseaba abrazar así, a Magaly.
Soñaba el día en que aquello sucediera .
Martina, tomó fuerte a su abuelita de la mano y dijo:
_ Abu yo te amo hasta el infinito, ida y vuelta.
El momento fue tan tierno y amoroso, que las flores blancas que estaban marchitas, levantaron sus corolas y se pintaron de azul, como el cielo de ese día.
Ahí la Sra. Rude, demostró, el poder del amor, de la comprensión y la empatía.
_Lo mismo sucede con mi corazón dijo Rude, cuando saludo a un pequeño y éste, me responde con una sonrisa y con respeto ¡Buenos días! Mi corazón loco, salta dentro de mi pecho y me hace cosquillas en la panza. Y con el corazón de cualquiera, sucede igual. Una sonrisa, un saludo, un gesto amable, puede alegrar a otro, puede cambiarle su día, puede hacer que la tristeza se vaya y en su lugar llegue la alegría.
Martina seguía recorriendo el jardín observando las flores y las abejitas que sobrevolaban.
_ ¡Buenos días abejita! ¡Buenos días mariquita! Así iba de flor en flor, saludando a todos.
Patricia y Rude, charlaban de flores y hortalizas.
_ ¿Tomamos un té? Dijo Rude. Las invito, con uno de mis manjares. Té de azahares.
Charlando entraron a la cocina de la Sra Rude, donde también había muchas plantas por todos lados.
La tarde fue pasando entre risas, luego Patricia y Martina, volvieron a su casa.
Al día siguiente, la pequeña quería plantar semillitas, para tener las mismas flores, que la Sra. Rude.
Patricia, no tenía flores para sembrar, pero sí, algunas semillas de huerta, por lo que acompañó a la pequeña.
Por la vereda pasaba una señora, vecina de la cuadra. La primera en saludar, fue la pequeña Martina.
_Buenos días señora. ¿Tiene jardín?
Patricia quedó asombrada, porque la señora no solo saludó, sino entabló una charla con Martina al instante.
Pasados unos meses, la plantita de Martina estaba hermosa. Cada vez que visitaba a su abuela, corría a saludar a su planta y a darle mucho amor. Luego pedía para ir a saludar a la Sra. Rude.
Un día, cuando estaban observando la plantita de Martina, que tenía flores, listas para abrir, y luego dar frutos, oyeron desde la vereda:
_Holaaaaaa…. Holaaaaa Abuuuuu, Martiiiiii
Ambas se dieron vuelta muy rápido. Era Magaly, que llegaba con sus papás a visitarlas.
Qué momento tan hermoso. Cuánto amor, las rodeaba. Muchos besos sonaban en las mejillitas de Magaly.
Patricia casi no podía sostenerse parada, porque había levantado a las dos nietitas, mientras la apretaba contra su pecho.
Al entrar Martina, gritó:
_Abuuuuuuuu, miraaaaa…. Mira cuántas flores abrieron en la plantita y hay un frutoooo.
Magaly corrió junto a Martina y saludó a la plantita.
_Hola Sra. planta. Hola Sra. flor.
Patricia observó a la pequeña y extrañada preguntó.
_Amor de la abuela, quien te ha enseñado a dar tanto amor a las plantitas.
_Mi vecina dijo, la niña. Una señora que tiene un jardín grande y hermoso, donde las flores son gigantes.
_ La Sra Rude, dijo Martina.
_ No, mi vecina, la Sra Fiuva. Ella siempre me hablaba de mi abuela Patricia y de mi primita Martina. Dijo que pronto podría visitarlas y les llevaría mucha alegría al corazón.
Las nenas jugaron toda la tarde, bajo la mirada de su abuela Patricia, que estaba como soñando. Hacía mucho que deseaba ver a su nietita y tenerlas juntas y sentir el amor que tenían para dar, era mucho más, de lo podía pedir.
Esa tarde no solo floreció y dio frutos la plantita de Martina, porque se cargó con todo el amor de ese encuentro. Se colmó de flores, el corazón de una abuela y dio frutos el amor, uniendo aún más, a la familia.
A veces, las circunstancias nos llevan a estar lejos, y a veces, aparecen ángeles que ayudan a que las cosas se acomoden y sucedan...
A veces, un buenos días o una sonrisa, puede hacer que un corazón triste, sonría al menos un instante.
Los abuelos, la familia, los amigos, son tesoros muy valiosos, a los que debemos siempre, colmarles el corazón de flores.
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Ilustración: Mónica Beneroso Salvano
Derechos reservados
Uruguay

Mensajeras del mar


















Mensajeras del mar

Candy amaba ir a la playa a sentarse a charlar con el mar y a jugar con la espuma de las olas. Se acostaba ratos, muy cerquita del agua y jugaba con las olas, a que no la atrapaban. Luego caminaba juntando piedritas y caracolas, para su colección y en una bolsa, juntaba la basura que encontraba regada por la arena.
Siempre el mar, saca a la orilla piedritas, algas y hermosas caracolas. Algunas son muy pequeñitas, más pequeñitas que un gano de maíz y otras, pueden ser tan grandes, que no caben en las manos.
Por fin, después de varios días, de lluvia y viento, el día amaneció bastante despejado. Podían verse en el suelo, las ramas quebradas de los árboles y Candy, estaba deseando ir al mar a juntar sus amadas piedritas de colores, y en busca una gran caracola, porque sabía por su abuela, que después de las tormentas, es cuando el mar, suele dejar más cosas en la orilla.
Su abuela, tenía en la sala, una caracola muy bella, que cuidaba con mucho amor. Decía que la había encontrado justamente, una mañana luego de una gran tormenta.
Un día, hizo que la pequeña, recostara su oído y escuchara como en la caracola, se oía el rumor del mar. También siempre le contaba sobre las sirenas, las enormes ballenas y los simpáticos delfines. Sobre las tortugas, estrellitas y caballitos de mar. Los corales y todo el fantástico mundo que existe en el fondo marino y lo importante que es cuidarlo y protegerlo. Todo eso hizo que la niña se interesara cada vez más, por las especies que habitan en el mar, y se fuera dando cuenta de todo lo que sufren por la gran cantidad de basura que hay en el agua.
Ella pensaba que cuánto más grande fuera la caracola, más historias podría contarle y si encontraba esa enorme que soñaba, seguro le contaría todos los secretos de las profundidades del océano.
Cada vez que recorría la playa, juntaba latas, botellas, cartones y toda a basura que encontrara y la dejaba en el tacho de basura. Luego en su canasto de papel reciclado, juntaba caracolas y piedritas de colores. Se volvía con el canasto lleno de cosas. Quería traerlas todas, porque cada una, tenía algo especial.
En su casita de árbol guardaba todos sus tesoros encontrados en la playa.
Esa mañana, luego de caminar un poco, limpiando y juntando piedritas y caracolas, vio algo brillar a lo lejos. A medida que se acercaba podía ver mejor su color.
Era púrpura con destellitos de plata. No podía creer lo que sus ojitos veían. Era una caracola enorme, demasiado enorme. Era gigante. No podía tomarla entre sus manos, necesitaba sus bracitos para rodearla.
Como era tan grande, le era imposible solo apoyar el oído para escuchar el rumor. Por lo que metió toda la cabeza, dentro de la caracola.
Varios sonidos la sorprendieron. No era solo el mar, el que se escuchaba.
Algunas personas que caminaban por la playa, estaban sorprendidas, con aquel hallazgo hermoso de Candy.
Esta vez, no la llevó a la casa del árbol, sino directamente a su dormitorio.
Al acostare, no podía dejar de mirar su caracola. Sentía que estaba soñando. No podía dormirse. Al fin, apagó la luz para intentar dormir. Pero aquellos destellitos plata que veía al acercarse a la caracola cuando la descubrió, comenzaron a brillar cada vez más en la oscuridad del dormitorio. Dejando la habitación coloreada de púrpura, como si fuera una galaxia pintada en el techo.
Candy en ese instante, sintió como el sueño, se marchaba del todo de sus ojos.
Como podría cerrarlos y dormir, si habían quedado abiertos de par en par.
Bajó de su cama, y se acercó a la caracola.
Le pareció nuevamente, escuchar algo que no era solo el rumor del mar.
Parecían murmullos, quizá llantos. Entonces, reconoció la voz. Era el canto de una ballena.
Y se restregó los ojitos y las orejas…
_ ¿Estoy dormida? ¿Y soñando? Dijo Candy, en voz baja…
_No, no lo estás, le contestó una vocecita dulce desde la caracola.
La niña salto del susto, y los ojos, esa noche, no podrían cerrarse para dormir.
Quedó inmóvil por un momento y luego, en voz baja, volvió a preguntar, buscando respuestas.
_ Hola, ¿estoy soñando? ¿Estás en mis sueños?
_ ¡No, no los estás! Psss psss... Estoy aquí.
_ Candy, esta vez estaba segura, que la voz salía de la caracola.
Volvió a arrimar su oído al borde y escuchó con mucha atención.
Si, el mar se escuchaba, fuerte y claro. Tal cual si estuviera sentada, a la orilla del agua.
Y entonces… volvió a oír algo. Si, era el canto de una ballena. Pero había algo más. Parecía que alguien estaba llorando.
_ Hola… dijo Candy… hola… ¿dónde estás? Déjame verte.
Y de pronto, un rostro muy pequeñito, asomó desde dentro de la gran caracola. Tenía el cabello muy rubio y con bucles. Estiró un bracito y le tendió la mano a la pequeña Candy. Se tomaron las manitos y entonces Candy se sintió bajo el mar.
_ ¿Quién eres? Preguntó Candy.
_Soy una sirenita y habitamos esta caracola mágica, para poder llegar a la tierra y pedir ayuda. Somos mensajeras del mar y sus habitantes.
_ ¿Habitamos? ¿Menajeras? Dijo Candy. ¿Tú y quien más?
_ Y nosotras, dijeron varias vocecitas más y aparecieron delante de Candy.
Eran todas muy pequeñitas. Con el cabello lleno de bucles, y colores diversos. Sus colas, tornasoladas, parecidas a las plumas de algunos colibríes.
_ ¿Por qué lloran? si son tan bellas y habitan en esta caracola mágica, enorme y hermosa.
_Estamos tristes, dijeron las sirenitas.
_Se han puesto tristes por mi culpa, dijo Candy sentándose de golpe. El mar, sacó su hogar del agua y yo me la traje a casa. Las alejé del mar.
_ No pequeña, no es eso. Recuerda que esta caracola es mágica. No necesita estar en el agua para que estemos bajo el mar. Te mostraremos y te contaremos, por qué lloramos.
Volvieron a tomarle la manito a Candy y entre todas la abrazaron. La niña sintió como si el agua le hiciera cosquillitas en los pies y luego, veía como flotaba su pelo.
Pocos momentos después, nadaba en el fondo del océano. Rodeada de sirenas, que ya no eran pequeñitas, sino grandes. Las ballenas hacían una ronda a su alrededor, los delfines saltaban y silbaban, subiendo a las sirenas en su lomo. Tortugas y cientos de pececitos de colores aparecieron a saludar a la niña.
Era maravilloso. Todos se veían sonrientes, estaban felices con la visita de Candy.
Las sirenas volvieron a tomar de la mano a la pequeña y la guiaron hacia una gruta gigantesca, recubierta con piedritas de mil colores.
Allí, había una tortuga muy viejita que esperaba a Candy. Tenía en su mano una bola de cristal. Saludó a Candy y comenzó a mostrarle a la niña, lo que en verdad, les estaba sucediendo a las criaturas marinas.
Allí Candy pudo observar, como las ballenas quedaban encalladas en las orillas. Como los delfines se enredaban en redes, plásticos, neumáticos y más. Como las tortugas crecían deformes, por haber quedado atrapadas en plásticos, o hilos que los barcos sueltan. Vio todo el sufrimiento y la mugre, que los humanos tiran a diario al mar.
_ Entonces ese canto de ballena, que escuché en la caracola ¿es real? Preguntó Candy.
_Si… dijeron las sirenas. Hemos guardado el canto de las ballenas en la caracola mágica, y los chasquidos y silbidos de los delfines. Necesitamos ayuda. El agua ha cambiado su temperatura, hay mucho ruido por los barcos, y ellos pierden su ruta. Por eso a veces llegan a las playas y encallan, quedando atrapadas sin poder regresar a las profundidades. Cada día hay más basura en el agua y contaminación.
_ ¿Y ustedes no viven en el mar? Preguntó Candy a las sirenas. ¿No corren peligro dentro de la caracola?
_No pequeña, recuerda que es una caracola mágica. Ella guarda un pedacito de mar.
Quedan muy pocas caracolas mágicas. Por eso dejamos cientos de caracolas a lo largo de las playas, y miles de piedritas de colores. Las vamos sembrando en las costas, pero no todos se sienten atraídos por su belleza... Por eso, además, usamos las mágicas, para atraer a personitas especiales como tú, y así ponernos en contacto pidiendo ayuda.
_ ¿Pero y yo que puedo hacer?
_Mucho puedes hacer pequeña. Dijo la Sra. Tortuga, tomando a Candy de los hombros. A los humanos les falta tomar conciencia, que no solo están haciendo daño al mundo marino. Se están haciendo daño ellos mismos, a su medioambiente. Contaminan su aire, su agua, su suelo. Los humanos tampoco tienen otro hogar para vivir, más que la tierra. Confiamos en ti. Tú nos ayudarás, como lo has hecho hasta ahora, limpiando la arena. Muchos como tú lo hacen y sabemos que otros se unirán, seguirán su ejemplo, si ustedes se lo piden.
Después de esa charla con la Sra. tortuga y los habitantes marinos, Candy regresó como por arte de magia a su dormitorio.
Las sirenitas la despidieron con abrazos y besos y le dejaron en sus manitos, una caracola diminuta, igualita a la mágica.
_No volverán ya, preguntó Candy, algo triste.
_ Estaremos siempre cerquita de ti pequeña, en esa caracolita que te hemos dejado. Cuando nos extrañes, pon tu oído en ella y escucharás el rumor de mar y sus olas, y si no, ponla sobre tu pecho y el corazón te recordará que allí estaremos siempre. Nosotras regresaremos al mar, a dejarnos mecer por las olas y cuando alguna tormenta llegue, volveremos a recostarnos en la arena, para que alguna otra personita especial como tú, nos encuentre y nos escuche. Sabemos que tú, hablarás con muchos humanos y les pedirás que cuiden de mar, del aire y de todo el planeta.
La gran caracola, despareció del dormitorio y la pequeñita se iluminó con los destellitos plata.
Cuando la abuela de Candy llegó, lo primero que hizo la niña fue mostrarle su caracolita.
La abuela la abrazó muy fuerte y le dijo:
_ Mi pequeña, las sirenas te han regalado un gran tesoro.
_ ¿Y cómo sabes abuela, que han sido las sirenas?
Porque las sirenas habitan en cada caracola y piedrecita que hay sobre la arena, mi amor.
_Entonces tu caracola, ¿también era mágica?
La abuela de la pequeña sonrió y llenó de besos y cosquillas a su nietecita.
Luego juntas, hicieron con la caracolita, un collarcito que Candy siempre lleva puesto, para tenerla siempre junto al corazón.
Cuando vuelvas a la playa, mira bien… porque hay cientos de piedritas y caracolas.
Todas, tienen algo mágico, que nos recuerda que vienen de las profundidades del mar, donde habitan muchos seres maravillosos, que necesitan que los humanos tomemos conciencia.
Cuidemos el planeta.
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Ilustración: Mónica Beneroso Salvano
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La magia de las luciérnagas

La magia de las luciérnagas

Los bichitos de luz, o luciérnagas, son como estrellitas con alitas. Iluminan los campos, con sus lucecitas, como las estrellas que adornan el cielo, y hacen guiñaditas a quienes las observan.
De tardecita, cuando el sol ya se puso su pijama para irse a dormir, ellas comienzan a encender sus barriguitas y aparecen de entre las flores y hierbas del campo.
Las luciérnagas mayores, siempre cuentan una leyenda a sus pequeños.
Cuenta esa leyenda, que algunas luciérnagas, alguna vez, fueron estrellas. Al caer a la tierra, como estrellas fugaces, el hada más mágica de todas las hadas, las rescata y en obsequio de bienvenida, les pone un par de alitas. Ellas no recuerdan que llegaron del cielo, pero aman a las estrellas y juegan a ser ellas.
Anica era una pequeña luciérnaga, con alitas muy muy grandes, con motitas brillantes, color oro. Todas las demás, siempre la protegían mucho, porque se le dificultaba elevarse, con esas alas tan enormes. Necesitaba ayuda para subir, pero luego, podía quedarse inmóvil, suspendida en el aire, de lejos, parecía una estrellita más; podía dar giros, subir y bajar de golpe.
Pimpi, la reina de las luciérnagas, tenía por el contrario, un foco enorme y unas alas más pequeñas que las demás. Ellas le permitían elevarse a gran altura, volar muy rápido y dar giros sorpresivos. Eso hacía que pudiera alertar a las demás, de algún peligro. Era la encargada de la protección de todas.
La pequeña Anica, soñaba ser como ella, pero ni su foco era tan grande, ni sus alitas adecuadas.
Una noche, Anica no quiso salir de la flor que habitaba porque se sentía triste. Ya que nunca podría ser una luciérnaga reina. Sus alitas, no paraban de crecer. Ya estaba haciéndose adulta y ella seguía siendo muy pequeñita, aunque sus alitas cada día, se cargaban más, de aquellas motitas brillantes.
Todas salieron a recorrer el campo, jugaron escondidas entre las ramas de los árboles y entre un grupito de pequeños que las perseguían, corriendo y saltando para atraparlas.
Anica se quedó en su flor. Pimpi la reina, llegó hasta la flor, para hablar con la pequeñita.
-Anica, no me gusta verte triste. Oye lo que voy a contarte.
_Si ya se, Pimpi. Me dirás lo de siempre. Que todos somos diferentes, pero a la vez iguales. Que mi luz es hermosa, que mis alas son las más bellas de todas, únicas… bla bla.
_ Chiquita… lucecita bella… oye. ¿Recuerdas la leyenda?
_ Si…y que me dirás, ¿que fui estrellita alguna vez?
_ Mmmm quizá… no lo sé. Pero sabes… hay otra leyenda que solo la reina sabe y que a una sola luciérnaga se le puede contar. Y tú eres esa luciérnaga.
_ ¿Yo? ¿Y cuál es esa leyenda Pimpi? ¿Y por qué a mí, puedes decímela?..
_ Calma, lucecita… escucha. Te contaré la leyenda solo a ti, y será un secreto entre las dos.
Anica asintió con su cabecita y escuchó a Pimpi atentamente.
Esa leyenda secreta, cuenta que el hada más mágica de todas las hadas, no es más que una luciérnaga que ha nacido con alas enormes, llenas de motitas, del color de las estrellas. Con un foco pequeño, para que no sea demasiado el peso de su barriguita y entonces pueda volar y dar cien volteretas y atrapar las estrellas fugaces antes de chocar contra el suelo. Luego sacará polvo de estrellas de las motitas de sus alas y creará las alitas para que esas estrellitas fugaces, por un acto de magia, se vuelvan luciérnagas.
Anica... estaba muda, y eso era complicado. Con los ojitos abiertos de par en par. Estaba maravillada con esa leyenda. Se sentía, esa hada mágica que contaba la leyenda.
Se puso tan feliz, que agradeció a Pimpi el que le hubiera contado la leyenda y saltó de la flor. Tan emocionada estaba, que subió sola sin ayuda de nadie, alto, alto…. tan alto, que parecía un puntito en el cielo.
Ahora todas las demás habían quedado mudas. Miraban al cielo observándola y no podían creer las maravillas que hacía Anica en su vuelo, y la sonrisa que tenía en su rostro. Parecía otra luciérnaga. Estaba feliz.
En una de esas volteretas que estaba dando Anica, vio que alguien se le acercaba. Se asustó mucho, pensó que era un depredador. Algún ave nocturna que venía a comérsela.
Su corazoncito latió muy fuerte, pero enseguida logró ver a un hada diminuta, a la que le brillaban muchas las enormes alas.
Su corazón siguió latiendo muy fuerte, pero ya no de susto, sino de emoción.
¡Era el hada mágica! ¡Y estaba frente a ella! Nadie antes la había visto. Solo en las leyendas que las reinas contaban.
_Hola Anica... dijo el hada mágica. Que bellas están ya tus alas. Están casi listas.
_ ¿Y tú como sabes mi nombre? Preguntó Anica asombrada.
_Es que soy un hada mágica, ¿lo olvidas? Yo sé todo de ti, desde que naciste. Siempre he estado muy cerquita de ti, cuidando que las motitas de tus alas crecieran hermosas y bellas, sobre todo con mucho polvo de estrellas.
_ ¿Polvo de estrellas? ¿Mis alas, tienen polvo de estrellas?
_Así es preciosa lucecita. Ven conmigo, te mostraré algo.
Ambas volaron hasta el borde del río, donde la luna se reflejaba majestuosa.
_Mírate Anica. Mírate en el espejo de agua.
_ Ohhh…. ¡Soy como tú!.... Soy igualita a ti… pero… ¿por qué soy igual a ti? …. Oohhhh ¿es que soy un hada mágica?
_Si pequeñita, si lo eres. Eres una hermosa hada mágica.
Tú me acompañarás a recibir a las estrellitas fugaces. Juntas pondremos polvo de estrellas y haremos magia, para que crezcan sus alitas y así puedan vivir como luciérnagas, aquí entre las demás.
Así fue que ese día, Anica entendió que la diferencia del exterior, no es impedimento para que nos destaquemos en algo. Todos tenemos un don, o una habilidad. Hay que saber encontrarla. Los humanos también tenemos hadas mágicas que nos ayudan a descubrir nuestras habilidades. A veces es mamá, otras una maestra, algún amigo, primos, abuelos…
En realidad, todos somos hadas mágicas, cuando apoyamos y acompañamos a alguien, a sentirse mejor.
Mónica Beneroso Salvano
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Barquitos de papel


 Barquitos de papel

Una tarde de lluvia, muy aburrida Luana, dibujaba y como no le salían los dibujitos, se enojaba y arrancaba las hojas. 
El abuelo que la observaba, fue agarrando las hojas y sin que la pequeña se diera cuenta, doblo el papel varias veces y puso sobre la mesa un barquito de papel.
Luana, se quedó impactada al verlo sobre su cuaderno.
Ella amaba los barcos y el mar. Uno de sus paseos favoritos era ir a visitar a su madrina. Siempre la llevaba al puerto, donde habían amarrados cantidad de veleros, yates, botes y hasta cruceros podía ver.
El abuelo parecía mago, siempre hacía algo nuevo, algún truco de magia que ella adoraba.
Esta no era magia, pero parecía. De una simple hojita de papel, rayada y medio arrugada, había hecho un barquito.
_ ¿Eres mago abuelo? ¿Cómo has hecho para crear un barquito tan rápido?
_ Ahhh… dijo el Sr… si quieres el abuelo te enseña la magia. Si prometes que ya no te enojarás, cada vez que algo no te sale.
_ Sii abuelito.. ¡Si, enséñame! Prometo…. Mmm bueno no se…es que me enoja mucho que no me sale lo que quiero dibujar.
_Hijita, enojándote no te saldrá mejor el dibujo. Hay que tener paciencia. Dibujas, borras y vuelves a dibujar.
Mira, a medida que crezcas, verás que las cosas no siempre salen bien a la primera. Pero no hay que enojarse ni ponerse mal, hay que seguir intentando, practicando. De un momento a otro, todo saldrá.
El abuelo comenzó a doblar otra hojita y Luana, tomó otra de las hojas arrancadas de su cuaderno y siguió los pasos del abuelo. Dobló su hojita como lo hacía el abuelo y en pocos minutos, había 3 barquitos sobre la mesa.
La niña pasó del enojo al entusiasmo. Y se imaginó, que bellos quedarían los barquitos si estuvieran coloridos.
Corrió a buscar sus crayones y comenzó a alisar lo más posible las hojas y a colorearlas.
Con más cuidado que nunca coloreó una a una todas las hojas.
Luego dobló una hoja e hizo otro barquito más. ¡Éste se veía tan hermoso!...
De pronto su carita entristeció nuevamente.
_ ¿Qué pasa mi amor? Preguntó el abuelo.
_Es que ellos nunca podrán navegar. Son de papel.
_Mi niña, el abuelo no es mago, pero te promete que cuando deje de llover, te mostrará algo.
La niña entusiasmada, volvió a sonreír y siguió pintando y haciendo barquitos.
Mientras seguía pintando se dio cuenta, que también parecían sombreritos de marinero.
Trajo unas muñecas y le ponían los barquitos en la cabeza.
Imaginando eran las marineritas de los barcos. Soñando con que cada uno de los barquitos llegaría a un destino diferente, y tendría una aventura distinta.
No solo armaron barcos sino inventaron historias para cada uno de ellos.
La abuela los observaba desde la cocina, mientras les preparaba un rico chocolate caliente.
Dejó de llover, el sol asomó tras una nube y hasta el arco iris llegó, para presenciar el gran truco que haría el abuelo.
_ ¡Luana, dejó de llover! Gritó la abuela desde la cocina.
_Abuelo… el truco, abuelo…
_Vamos afuera mi niña. Trae los barquitos.
Entre los dos llevaron los barquitos al jardín. Allí había grandes charcos y hasta un pequeño riachuelo corría a través de los canteros de la abuela.
_Mira Luana, dijo el abuelo, poniendo uno de los barquitos sobre el agua. Mira mi niña, nevega….se va solito en busca del mar.
Los ojitos de Luana brillaban casi más que el sol, que tímido, se escondía detrás de las nubes. Su boquita se abrió en un gran ohhhhhhh.
Los ojos del abuelo y la abuela también brillaban, pero contenían más que alegría, alguna lágrima se escapaba de sus ojos, recordando sus días de niñez.
La niña siguió poniendo en el agua, uno tras uno los barquitos.
Buen viaje, decían los tres a la vez, levantando sus manos y saludando.
Los barquitos apresurados corrían entre medio de los canteritos hasta desaparecer.
Cada vez que Luana encontraba en la escuela un papel arrugado, lo levantaba y con mucho cariño lo alisaba, para poder colorearlo y luego crear un barquito.
Los iba guardando en la estantería de su dormitorio y esperaba con mucha paciencia, que la lluvia llegara, para llevarlos a pasear.
Mónica Beneroso Salvano
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Les dejo un instructivo (por si no recuerdan) para armar barquitos de papel... imagino que cuando lean esto a sus peques, habrá que cultivar la paciencia y armar barquitos... jeje abrazos

El tesoro de la abuela

El tesoro de la abuela

La abuela había salido, así que los chicos que eran muy curiosos, no perdieron la oportunidad de ver que había en aquel baúl, que ella tanto cuidaba. 
_Debe esconder algún secreto, o algún tesoro, decían. 
Subieron las escaleras con mucho cuidado, cerraron la puerta y no perdieron tiempo en abrirlo. 

Bolsas y más bolsas sacaron hasta llegar al fondo. Nada raro encontraron y seguían preguntándose porque lo cuidaba tanto.
Así que siguieron investigando y abrieron una de las bolsas. 
_Disfraces!! Dijeron a coro.
Había vestidos, un sombrero gigante y unos zapatos rarísimos. Todas las bolsas contenían lo mismo.
_ ¡Tengo una idea! dijo la más pequeña, ¿Y si nos ponemos los disfraces?
En eso escucharon que alguien subía las escaleras, así que se quedaron quietecitos y en silencio para no ser descubiertos. La puerta se abrió y apareció un señor que no conocían. Se llevaron un gran susto, porque llevaba la ropa muy parecida, a la que había en el baúl. 
La más pequeña, llorando salió corriendo, pasando al lado del hombre casi llevándolo por delante. Así uno a uno corría, como si temieran que aquel hombre los fuese a perseguir. 
Abajo estaba la abuela, esperándolos.
_ ¿Que pensaron chiquillos? ¿Que no los iba a descubrir? Dijo la abuela sonriente. Quiten esas caritas tristes, que no pasa nada y abrazó fuerte a la pequeña que lloraba sin consuelo. 
El hombre extraño para ellos, bajó también las escaleras, riendo como la abuela.
_ ¡Que nietos tan lindos y graciosos tienes hermana mía! 
Los pequeños no entendían mucho, así que la abuela los invitó a sentarse en la sala, a comer un rico postre que les había comprado y les contaría quien era ese señor y porqué tanto cuidaba aquel baúl. 
_Hace muchos años, comenzó diciendo la abuela, me casé con su abuelo y nos vinimos a vivir aquí. Yo vivía en otro país, muy lejos de acá, con otras costumbres, otra vestimenta, otra música. 
Así que cuando llegamos, mi ropa se veía extraña, por lo que tuve que comenzar a vestir como los demás, pero guardé mi ropa, mis zapatos, mis sombreros y mis discos como un tesoro, era lo que me mantendría unida a mi familia que tan lejos quedó, a mi país al que tanto amo y a sus costumbres tan distintas.
Los pequeños escuchaban muy atentos. No era nada de lo que pensaban, cuando tan intrigados se preguntaban que tendría el baúl.
_ ¿Y tienes música abuela? Preguntó el mayorcito. ¡Queremos escuchar!
Así que trajeron los discos, e intentaban bailar con aquella música que les sonaba divertida. 
La abuela y su hermano, no podían más que observar a los pequeños con una sonrisa en sus rostros. 
Ese día los pequeños aprendieron una gran lección.
La abuela cuidaba tanto aquel baúl, porque en él, guardaba lo único que la hacía sentirse cerca de lo que tanto amaba y extrañaba, sus seres queridos y la tierra donde creció. 
Las cosas, no siempre tienen que tener un valor material, para ser tesoros. 
Los tesoros más valiosos son aquellos que guardamos en el corazón. Aquello que nos recuerda o acerca a las personas que queremos, llega a convertirse en el tesoro más valioso del mundo, porque no se puede comprar con dinero. ¡Es el tesoro del corazón, es el amor!

Mónica Beneroso Salvano
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La hamaca de Priscilla

La hamaca de Priscilla

En un bosque, muy alejado de la ciudad, vivía Priscila, un hada muy pequeñita, la que nació con las alitas enfermitas y no le permitían volar. Junto a toda su familia, eran muy felices en el reino de las hadas. 
Era muy curiosa, así que siempre acompañaba a sus padres, cuando visitaban a una humana que las protegía. Un día, en uno de esos paseos, vio a una niña volar, sentada en su hamaca, tan alto que tocaba con los pies las ramas de los árboles.
Le dijo a sus padres, que quería volar como esa pequeña. Su padre, le prometió hacerle una hamaca, pero su cuerpito era tan pequeñito, que todo, era demasiado grande.
Así pasaba el tiempo y Priscilla, soñaba que volaba como los pajaritos, que llegaba hasta la punta de los árboles y que hasta en las nubes, se escondía para jugar con las demás haditas niñas.
Los humanos, muy lejos estaban de saber, lo que en la profundidad de aquel bosque había. Los árboles eran muy añosos, enormes y muy altos, ya que eran cuidados y respetados, por toda la comunidad. Era un reino hermoso y mágico. Allí solo se dedicaban a cuidar a la naturaleza, los animalitos y a jugar.
Priscilla, fue creciendo siempre con aquel sueño. Sus padres la adoraban y la llevaban abrazada a volar con ellos, pero sabían que no era lo mismo. Ella quería hacerlo sola y quizá nunca podría hacerlo. Sus alitas no mostraban mejoría.
Era época de nacimientos y las aves no salían de sus nidos, esperando ver al fin, nacer a sus polluelos. Había un ave, muy particular, que solo habitaba en aquel bosque, pequeñita y muy colorida. Al nacer el último de los polluelos, dejó el nido unos minutos y fue a llevarle a Priscilla, el mejor regalo que podrían ofrecerle.
Priscilla no entendió, pero al llevarle a su padre, aquel medio cascarón, a éste, una sonrisa se le dibujó en el rostro.
¡Era la hamaca perfecta! Solo restaba que unas guías de la enredadera hicieran de soga y lista la hamaca. Pero no le dijo nada a la niña, solo dejó el cascarón en la sala y dijo que al día siguiente verían que podrían hacer con él.
Cuando la niña se durmió, sus padres trabajaron de noche y le hicieron las más hermosa de las hamacas, hasta adornada con flores.
Al despertar la pequeña y salir a saludar al sol, quedó inmóvil, con los ojos grandes, mirando la hamaca, sin poder creer que fuese verdad.
¡Es tu hamaca hijita! Decían los padres… ¡Sube hija y vuela!!
¡Priscilla al fin sonreía feliz! Se hamacaba tan alto, que sacudía las ramitas con sus pies. Los árboles, en complicidad, se mecían de un lado a otro, para que la pequeña lograra lo que tanto deseaba.
Una vez más en el reino, gracias a la unión y a la solidaridad de todos, habían hecho que una pequeña sonriera con ganas. La felicidad de la pequeña, curó sus alitas y pudo volar por sí misma, pero aquella hamaca, fue tan importante para ella, que jamás dejaría de usarla. 

Mónica Beneroso Salvano
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