Miel de moras
Al fin habían terminado las
clases, era mediado de diciembre. Hacía mucho calor, así que para Elisa y Betty
era un alivio, al fin no tener que llevar túnica y moña. El último día ya
comenzaban a preparar todo para salir casi corriendo, a casa de los abuelos,
donde era momento de cosechar las moras, y luego hacer la mermelada con la
abuela.
Muy tempranito llegaban en el
primer bus del día. Solo llegaban 3 así que debían madrugar bastante, pero que
importaba, si no dormían nada, pensando en los abuelos y en que ya querían
estar allí y llenarlos de besos.
Que felicidad ver al abuelo
esperándolas al bajar… a pesar de darles aquellos abrazos gordos y apretados
que a veces dolían y su barba pinchaba bastante, pero… eran únicos.
Al llegar a la casa les
esperaba otro abrazo único, el de la abuela Marina, que era mucho más gordo que
el del abuelo, pero de tan gordo, entibiaba el corazón.
Luego del abrazo, un rico
desayuno bajo las magnolias y luego a cambiarse para ir a cosechar.
Este año la abuela les había
cosido un delantal a cada una y les tejió un sombrero de ala ancha, para que les protegiera del sol,con hilos de
rafia de una planta enorme del jardín, de la que la abuela Marina siempre
presumía. El abuelo Esteban también
trajo su obsequio para las pequeñas, unos preciosos canastos de mimbre que el
mismo había hecho.
Sin dudas este año sería
inolvidable. Las moras estaban más dulces que nunca y eran tantas, que harían
muchísimos frascos de mermelada.
Nadie hacía una mermelada tan
deliciosa. Todos querían la receta de la abuela Marina pero ella decía que ese
secreto no podía revelarlo nunca, y si lo hacía, sería a quien prometiera
seguir cultivando las frutas y haciendo la mermelada sin revelar el secreto.
Luego de separar las mejores
frutas, la abuela apartó las mejores y las reservó en un pequeño frasco de
vidrio tallado.
_Abu, ¿y para que pones esas
frutas ahí?
_Esas frutas deben pasar la
noche allí, para que mañana esté lista la magia y comenzar la cocción de la
mermelada.
Las pequeñas ya no lo eran tanto, por lo que
se levantaron varias veces a la noche, para observar aquel frasco. Querían
presenciar el momento en que se hiciera
la magia y de ese modo, descubrir el secreto de la abuela.
Nada lograron ver, pero a la
mañana siguiente las frutas estaban todas huecas.
_ ¿Qué le pasó a las frutas
abuela? Preguntaban las pequeñas.
_ ¡Solo se hizo la magia! Mis
niñas.
Las pequeñas no entendieron
nada de lo que la abuela les decía, pero, si la abue decía, ellas creían, al
fin y al cabo la mejor mermelada, salía siempre de su cocina.
Nadie pudo ver exactamente los
ingredientes que utilizaba, ya que ponía tal cuidado en proteger su secreto que
lograba hacerlo.
Una vez que la mermelada
estuvo pronta y los frascos listos para almacenar, había que probarla. Esa era
la parte más esperada. Su sabor era tan especial y delicioso que nadie podía
resistirse a pedir un frasco para llevar.
Las primeras en probar,
siempre fueron las niñas.
El resultado fue el esperado…
siempre las mismas expresiones y adjetivos… mmmm deliciosaaaa abuuuu…
Tan deliciosa quedó esa
mermelada, que comenzaron a pasar cosas extrañas en la cocina de la abuela. Los
frascos amanecían destapados y con un faltante importante.
En primer lugar, las pequeñas
fueron las sospechosas de aquella travesura, pero luego de ver la seriedad de
las niñas, fue descartada la opción.
Luego el sospechoso pasó a ser
Betún el gato negro de los abuelos. Era muy goloso, más de una vez se robó
alguna que otra cosita, ¿pero destapar frascos?
-mmm no puede ser posible
decía la abuela.
¿Qué estaba sucediendo en
aquella cocina?
Las niñas veían que la abuela
hablaba sola y se quedaba ratos pensando, pero no sabían cómo ayudarla. Hasta
que se les ocurrió hacer guardia a la noche y atrapar al ladrón.
Cuando todos se fueron a
dormir, las niñas tomaron una pequeña linternita y se levantaron sin hacer
ruido alguno. Se escondieron en la cocina detrás de unos canastos y esperaron a
oír el ruido del frasco. Esperaron un buen rato pero el sueño las venció y se
quedaron dormidas.
Cuando despertaron, el brillo
del amanecer ya iluminaba la cocina, así que pudieron ver que los frascos
nuevamente habían sido destapados y el ladrón se les escapó mientras ellas
dormían.
Corrieron a la cama antes que
alguien las viese allí y las culpara del desastre.
La abuela comenzaba a ponerse
nerviosa, ya que todas las noches perdía un frasco. Esa noche habían sido
varios los frascos destapados.
_Esta noche no podemos
dormirnos se decían las pequeñas.
A la noche volvieron a hacer
guardia, pero habían dormido una larga siesta para no dormirse luego.
Volvieron a esconderse tras
los canastos y esperaron en silencio.
Pasada la medianoche cuando ya
les había comenzado a dar sueño, oyeron unos ruiditos.
_Parecen ratones, dijeron.
Encendieron la linterna y
alumbraron con dirección a los frascos.
Quedaron mudas ambas niñas.
Mudas quedaron también las 3
ladronas, que cucharas en mano, ya habían destapado los frascos.
En el mismo segundo
desaparecieron de la estantería, dejando caer las cucharas.
Las niñas no soportaron y
corrieron a despertar a la abuela para
contarle.
Marina las escuchó en silencio
algo extrañada, pero no demasiado sorprendida.
Solo decía en voz alta
_ ¿Porque? No puede ser…
_ ¡Si abuela, ven, levántate,
mira!
Las pequeñas tomaron las 3
pequeñas cucharas y las pusieron sobre las manos de su abuela.
_Mira que pequeñas son abuela,
mira que bellas…
Eran hadas abuela, te juro que
era hadas, decían las dos a la vez.
_ Si amores, lo se… eran hadas.
_ ¿Lo sabes? ¿Las habías visto
antes?
_Si mis niñas… decía la abuela
mientras sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
_ ¿Porque lloras abuela? ¡Si
son bellas! Ellas no te quieren robar tu mermelada, pero es tan deliciosa que
seguro no se pueden contener, o quieren llevarle a sus hijitas para que prueben
o….
Marina sonrió y abrazó a sus
nietas con el abrazo más gordo que jamás les había dado.
_Creo que merecen que les
cuente una historia, la historia de mi secreto.
_¿El secreto de la mermelada
abuela?
_ ¡Si pequeñas mías! El
secreto de la mermelada.
Las pequeñas se sentaron en el
suelo con sus manitos sobre el regazo de su abuela y ésta, acariciándoles el
rostro y el cabello, iba contándoles la historia.
_Saben…hace unos años, unos
granjeros compraron los campos linderos y comenzaron a fumigar con pesticidas.Los
insectos y abejas comenzaron a morir y mis plantas no daban casi frutos. Un día
una abejita estaba posaba en una flor de mora y yo le hablé, como hace la
abuela con casi todos los animalitos y seres vivos. Y de la nada, un hada apareció frente a mi nariz.
Tan cerca que mis ojo se cruzaron, para poder mirarla. Ella me susurró al oído.
Las abejitas están muriendo
por falta de alimento, de flores, y
porque el aire las está envenenando.
Entonces sin pensarlo le dije…
les haré una colmena para que vivan aquí en mi tierras, donde nadie envenena el
aire y donde hay flores para que se alimenten.
El hada dijo que a las abejas
les encantaban mis moras y entonces yo además, les ofrecí obsequiarles las mejores
moras de cada cosecha.
Así, cada cosecha las mejores
moras quedan en un frasco especial y las hadas a la noche las ahuecan para
llevar la parte más dulce y sabrosa, a la abejas.
En cambio, ellas polinizan
todas mis flores y me regalan la miel de su colmena.
-¿Y el secreto de tu mermelada
abuela?
_Ese es el secreto mis amores…
¡La miel de moras!
-¿Y porque las hadas, te roban
ahora abuela?
-Creo adivinarlo, pero lo
averiguaremos juntas.
Las tres se dirigieron a la
colmena y vieron como varias abejas, estaban en el suelo, al parecer muriendo.
_Que sucede aquí, dijo
Marina…que ha pasado, porqué están muriendo?
Entonces de la nada
nuevamente, hadas aparecieron frente a sus ojos y las guiaron hacia el pequeño
riachuelo, que corría entre las piedras.
Marina comprendió enseguida la
situación. Seguro algún agricultor irresponsable había vertido algo en el agua,
lo cual estaba haciendo que las abejas, enfermaran.
El hada le explicó que la
abeja reina estaba muy enferma y las obreras también.
Lo único que se les ocurrió
para ayudarlas, fue traerles mermelada. Al ver que estaban mejorando, lo
siguieron haciendo.
Las abejitas mejoraron y
siguieron haciendo su valiosa labor en el campo de la abuela Marina, pero en
otros sitios, sigue habiendo irresponsables que sin pensar las matan.
-¿Abuela, estás triste por
habernos dicho tu secreto?
-No mis niñas, cómo podría
estar triste. ¡Estoy feliz! Ahora ustedes conocen el secreto de las abejitas y
de la mermelada, así que habrá mucha mermelada siempre, en esta familia y lo
que es mejor, muchas abejitas por aquí.
Las pequeñas comprendieron
luego, el valor de las abejas. Se
dedicaron a protegerlas y a difundir las enseñanzas de su abuela.
Sin abejas la humanidad
estaría perdida, puesto que ellas se encargan de polinizar gran variedad de
plantas, de las cuales el humano y muchos animales se alimentan.