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jueves, 30 de mayo de 2019

Mariola, la vaca perro






Mariola, era una vaca de la granja, pero ella no sabía que era vaca, o no le gustaba ser vaca. Es que se aburría de estar tooooooodo el día en el prado comiendo pasto. Ella veía que la pequeña humana de la casa, se sentaba bajo un árbol y se balanceaba para adelante y para atrás. 







Parecía tan divertido hacer aquello. Además veía que el perro, Coquito, acompañaba a la humanaadónde fuera y ella quería hacer lo mismo. Jugar y correr con Coquito y la pequeña Brianna.
Así que un día, vio la oportunidad de salir del prado, donde estaban todas las demás vacas, y se escabulló por un pequeño hueco del alambrado y se vino saltando y corriendo a jugar con el perro y la pequeña.
Al principio, Coquito la miraba raro, con un poco bastante de rabia, gruñendo y mostrándole los dientes (yo creo que estaba un poquito celoso).
No seas malo Coquito, dijo Brianna, Mariola quiere jugar con nosotros. 




No muy convencido, Coquito dejó de mostrar los dientes, pero observaba de reojo a Mariola.
Luego, vio que la niña jugaba con ambos, así que se fue amigando con Mariola y hasta le prestó su adorada pelota.
Mariola estaba tan feliz, que aprendió enseguida a jugar con la pelota como lo hacía Coquito… hasta se acostaba en el piso y rodaba como lo hacía el perro, y ponía su cabeza sobre el suelo, dejando el trasero levantado, mientras movía la cola, esperando le tiraran la pelota.




El papá de la niña, todo enojado, refunfuñaba porque la vaca se había escapado. 
_ Grrrr y por donde te has escapa tú, vaca del demonio!!...Con todo el trabajo que tengo y debo andar buscando agujeros en el alambrado.
_ Déjala papi, dijo la niña. A ella no le gusta ser vaca, es aburrido. Ella quiere jugar a ser perro, como a mí, no me gustan las muñecas, como a casi todas las niñas. A mí me gusta jugar a la pelota y correr, hamacarme bajo el árbol, correr con Coquito y ahora con Mariola.
Tanto insistió la niña, que el padre dejó que Mariola fuera una vaca perro, después de todo, lo que más importaba era que su niña, fuera feliz.





Todos fueron felices allí…el papá, viendo a su hija feliz. Brianna porque hacía y era, como quería ser, Mariola, jugando como le gustaba y Coquito, porque ahora tenía dos amigas inseparables.
Todos seremos felices, cuando hagamos lo que amamos hacer, no los que los demás, quieren que hagamos.
Nunca lo olviden... 






Mónica Beneroso Salvano 
Rincón infantil
Derechos reservados
Canelones-Uruguay
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Las ranas viajeras (adaptación a cuento, para niños pequeños) del poema "Ranas viajeras".



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Una familia de ranas, soñaba conocer el aquel charco grande, que su abuelo decía que había cruzado en barco y le llamaban mar.
¿Pero cómo podrían hacer eso? Estaba muy lejos de su casa.
Saltando de charco en charco no llegarían. Necesitaban pedir ayuda.
A todo el que pasaba, le preguntaban, pero las miraban raro.
Es que no todos conocen ese gran charco. Algunas ranas, ni siquiera saben de su existencia.
¡Ya se! dijo una de las ranas, debemos hacer un barco. 
El abuelo, dijo que lo cruzó en barco, ¿no?
Tendremos que trabajar mucho y enseguida empezaron a estudiar, como hacer un barco, velas y remos.
Un día estaba lloviendo, y se estaban refrescando, en un charco del jardín. Todas croando, comentando ideas para su viaje soñado.
Entonces, por el estanque, vieron pasar un tronco flotando, con varias hormiguitas arriba, que las saludaron al pasar.
¡Va derechito al mar! Dijeron todos a la vez. ¡Eso es!
Con la corriente empujando, tendremos gran ayuda y no necesitaremos remar tanto.
La lluvia y estudiar, les dio la gran idea.
Sería toda una aventura, enfrentarse a la marea.
Con paciencia esperarían, otro día de mucha lluvia.
Practicaban todos los días en el estanque, siempre unidas, subidas en un tronco, imaginando cómo cumplirían su gran sueño.
Y un día, de mucha lluvia, se las vio navegar, subidas a un gran tronco, recorriendo la ciudad.
Con mucha felicidad, al fin llegaron al mar y pudieron jugar con las inmensas olas, que tenía aquel enooorme charco, que tanto habían soñado conocer.

Mónica Beneroso Salvano
Rincón infantil
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Hermoso reconocimiento por participar en evento Érase una vez", con motivos de la celebración del día del niño en México.

Josie Lopez Herrera‎Diplomas y Eventos Un Refugio en el Otoño
Administrador · ·

Querida Monica Beneroso Salvano

A nombre de mis compañeros Fundador Poeta Scri Escribano, de Administración Poética Poetisas Veronicka Arrañaga, Soleil García, Poeta Josué Pérez y el mío propio, es un honor hacerte entrega de este Reconocimeinto por tu preciado Aporte Literario, compartido en la Dinámica "Érase una vez..." organizada recientemente en Un Refugio en el Otoño".

Gracias por tu fina participación y por celebrar con nosotros el Día del Niño en México el próximo 30 de Abril. Recibe abrazos fraternos con todo nuestro cariño.


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Muy feliz con este hermoso reconocimiento!! El cuento que menciona lo encuentran en la página, "Miel de moras", uno de mis preferidos. Gracias a todos, por ser parte de esto...Gracias, gracias, gracias!!



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La escalera andante


La imagen puede contener: exterior

Don Andrés, era pintor de casas. Salía todos los días con su pequeño camioncito. Cargaba todo lo que necesitaba en él, y salía rumbo a la casa que embellecería con su arte.
Llevaba muchas brochas y pinceles, su mameluco verde, tachos de pintura y la escalera que él mismo, se había construido, con troncos del viejo árbol de su patio.
Un árbol especial, ya que había sido plantado por sus abuelos hacía muchos años.
Un día al ir a cargar el camioncito para salir a trabajar, notó que la escalera faltaba de la despensa.
_Que extraño, dijo Don Andrés. ¿Será que la olvidé en el camión?
Fue hasta el garaje, para revisar, pero la escalera tampoco estaba allí.
_ ¿Será que la dejé en la casa donde estaba pintando? Nunca me había pasado esto de olvidarme… me estoy poniendo viejo y olvidadizo parece, dijo bromeando consigo mismo.
Cargó todo lo demás en el camioncito y salió. Al llegar al lugar, notó que la escalera, tampoco estaba allí.
Muy extrañado estaba Don Andrés. ¿Qué había pasado con la escalera?
Pintó como pudo desde el piso. Ya mañana terminaré con la escalera, pensaba.
Al regresar a casa, debía rodear el árbol ya que el camino así lo hacía, y pudo observar la escalera, recostada al tronco del viejo árbol.
¿Cómo es que llegó la escalera aquí? Se preguntaba, hasta que recordó que el día anterior, su nieto pequeño, Damion, había estado de visita en la casa, y amaba trepar los árboles. A veces tomaba la escalera para trepar más alto. Seguro la había agarrado y luego no la devolvió a su lugar.
Trajo la escalera y la guardó nuevamente en la despensa, dejándola lista para la próxima jornada.
Al día siguiente, cuando comienza a cargar el camioncito, se da cuenta que la escalera, faltaba de la despensa otra vez. ¡Sorpresa se llevó!
_ ¿Pero y qué está pasando aquí?
Se asomó hacía el árbol y allí estaba la escalera, recostada al tronco.
_ ¿Quién me está jugando bromas? Ahora no estuvo Damion.
Bastante enojado, fue y tomó la escalera, la cargó y se fue a trabajar.
Los días pasaban y todas las mañanas, se encontraba con la misma situación.
Por la noche guardaba la escalera en la despensa y al día siguiente, ésta, amanecía recostada al tronco del viejo árbol.
_ No me jugarán más bromas, dijo enojado y aburrido. No dormiré esta noche, pero yo atrapo al graciosito.
Al anochecer, se escondió tras unos arbustos y cuidó.
La noche estaba muy oscura. La luna no brillaba esa noche, por lo que no pudo descubrir nada más, que la escalera como por arte de magia, ya no estaba en donde la había dejado, sino donde amanecía siempre últimamente.
Tuvo que aguantarse unos días más la duda. Hasta que una noche, la luna iluminaba todo el campo, y volvió a esconderse, para descubrir por fin, el misterio.
No demoró mucho en suceder.
Don Andrés, al ver lo que pasaba, quedó paralizado.
Nadie se llevaba la escalera. La escalera, andaba sola.
Era una escalera andante. Cobraba vida, se acercaba al árbol y luego se recostaba a él, como abrazándole.
Don Andrés, no sabía qué hacer, ni qué decir. Solo pensaba que aquello, debía tener una explicación. Entonces recordó algo, que podría ser la respuesta a tanto misterio.
Él había construido la escalera, con troncos de aquel viejo árbol, al que ella, regresaba una y otra vez.
Ese árbol era parte de ella, como la escalera, parte del árbol. Eran como familia.
Desde ese día, Don Andrés, no volvió a guardar la escalera en la despensa.
La recogía del árbol al irse a trabajar, y al regresar, la recostaba al tronco.
Luego descargaba lo demás y dejaba el camioncito en su garaje.
Todos tenemos raíces, de dónde venimos. Lazos, que no debemos olvidar nunca.
Nunca te olvides de dónde has venido, sea a donde sea, que la vida te lleve.

Autora: Mónica Beneroso Salvano
Seudónimo :Yeruti
Ilustración: Mónica Beneroso Salvano
Rincón infantil
Derechos reservados
Uruguay

Primer vuelo



La imagen puede contener: flor, planta, cielo, naturaleza y exterior


No todas las hojas están preparadas para volar lejos cuando el viento las arranca de los árboles. La mayoría de ellas, sueñan con que llegue el otoño y cambiar de color, y dejarse caer, para formar todas juntas una alfombra dorada, donde niños, y animalitos juegan; pero hay algunas que no quieren, que son distintas, que tienen sueños diferentes al resto de las demás, y no por eso, dejan de ser hojas.
En este caso, una de las hojas del gran árbol, del jardín de Marissa, era una de esas. Ella no quería caer y formar ninguna alfombra. Ella quería volar, ser distinta a todas. Quería salir del patio en el que estaba el árbol, porque desde arriba, donde estaba prendida, podía ver que más allá, había otras casas, otros árboles y niños y flores, etc.
Algo parecido, sucedía con uno de los integrantes de la familia de ratones, que vivía en el gran tronco del árbol. Todos sus hermanitos, jugaban en el piso, entre las hojas caídas, en el hueco de las frutas maduras, etc, pero el más chiquillo, adoraba trepar el árbol hasta lo más alto, porque decía que quería ser paracaidista o aviador. Que desde allá arriba, podía ver el cielo entero, por donde un día volaría. Los sustos, que le dio a su mami, fueron muchos.
Un día, el ratoncillo, no se dio cuenta, que estaba demasiado ventoso para escalar tan alto.
A medida que fue subiendo, se empezó a asustar, porque el viento lo empujaba mucho. Tuvo que prenderse de las ramitas, con mucha fuerza para no caer. Las manitos le dolían muchísimo. Lloraba asustado y pensaba, cuánta razón tenía su mamá, cuando le decía, que no subiera tan alto.
Tan fuerte estaba agarrado, y tan asustado, que no se dio cuenta, que se estaba sujetando de una hoja muy seca, que caería en cualquier momento.
Y eso sucedió…
La hoja, se desprendió de la rama y el ratoncillo, prendido a ella.
El viento soplaba, y la hoja, se daba vueltas y vueltas en el aire.
La hoja, se dio cuenta que con el peso del ratoncillo, ella no caería al suelo del jardín. Estaba cumpliendo su sueño. Iba a caer fuera, y podría ver y saludar a los árboles de la calle.
El ratoncillo, iba tan asustado, que había cerrado y apretado los ojitos.
Pero escuchó de pronto…
_Oye…. Oye… pequeñín.
A lo que el ratoncillo, abrió un solo ojito, como para verificar si en efecto volaba, o es que estaba soñando.
Uy, al ver que si volaba…. Uffff, volvió a apretar sus ojitos con fuerza.
_Oye… abre tus ojitos. Dijo la hojita, que estaba feliz y agradecida, con el ratoncillo.
El pequeñín, volvió a abrir un ojito, y luego los dos ojitos, estaban abiertos como plato.
_Estoy muuuy asustadooo…
_Oye, dijo la hoja, no temas. ¡Mira qué bonito se ve todo desde aquí!
_Sssi… se vvve bonito, pero que mmmiedooo… Mientras, temblaba entero.
_Gracias pequeñín, por ayudarme a salir del jardín. Si tú no te hubieras prendido a mí, no hubiera podido lograr mi sueño. ¿Tú tienes algún sueño?
_Yo quiero ser paracaidista o aviador. Por eso, subía tan alto, para mirar todo el cielo.
_Y míralo… mira que hermoso es…y que grande.
Poco a poco, el ratoncito fue dejando el miedo, y pudo disfrutar la hermosa vista, de todo el lugar. Suavemente fueron bajando.
Había un banco, bajo uno de los árboles de la calle, en él, una señora estaba leyendo un libro.
La hoja y el ratón, aterrizaron justo allí, en las manos de la señora, que quedó deslumbrada, por aquella escena.
A quien se le ocurre pensar, que un ratón paracaidista, elegirá de pista de aterrizaje, el libro que está leyendo. Quedó inmóvil, la señora. Impactada, por la maravilla que estaba viendo.
Mientras, el ratoncillo agradeció a la hoja el paseo, y corriendo, bajó del libro, a la falda de la señora, luego al banco, y de éste, al piso. Cruzó la calle y desapareció…
La hoja, agradeció su ayuda para salir del jardín. Luego, feliz de haber cumplido su sueño, se recostó, sobre las hojas del libro de la señora.
Era tan bella aquella hoja, que la señora la acarició y le prometió llevarla siempre, entre las páginas del libro que leyera.
Al ratoncillo, lo siguió con la vista, hasta verlo entrar por un agujerito, del muro de la casa, volviendo así, al jardín donde vivía.
En este caso, la hoja y el ratoncillo, se ayudaron mutuamente a cumplir un sueño, por accidente, podríamos decir.
Pero nosotros, podemos ayudar a otros, a cumplir sus sueños y podemos hacerlo de mil maneras.
¿Lo intentamos? 


Autora: Mónica Beneroso Salvano
Seudónimo: Yeruti
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