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martes, 16 de octubre de 2018

El tesoro de la abuela

El tesoro de la abuela

La abuela había salido, así que los chicos que eran muy curiosos, no perdieron la oportunidad de ver que había en aquel baúl, que ella tanto cuidaba. 
_Debe esconder algún secreto, o algún tesoro, decían. 
Subieron las escaleras con mucho cuidado, cerraron la puerta y no perdieron tiempo en abrirlo. 

Bolsas y más bolsas sacaron hasta llegar al fondo. Nada raro encontraron y seguían preguntándose porque lo cuidaba tanto.
Así que siguieron investigando y abrieron una de las bolsas. 
_Disfraces!! Dijeron a coro.
Había vestidos, un sombrero gigante y unos zapatos rarísimos. Todas las bolsas contenían lo mismo.
_ ¡Tengo una idea! dijo la más pequeña, ¿Y si nos ponemos los disfraces?
En eso escucharon que alguien subía las escaleras, así que se quedaron quietecitos y en silencio para no ser descubiertos. La puerta se abrió y apareció un señor que no conocían. Se llevaron un gran susto, porque llevaba la ropa muy parecida, a la que había en el baúl. 
La más pequeña, llorando salió corriendo, pasando al lado del hombre casi llevándolo por delante. Así uno a uno corría, como si temieran que aquel hombre los fuese a perseguir. 
Abajo estaba la abuela, esperándolos.
_ ¿Que pensaron chiquillos? ¿Que no los iba a descubrir? Dijo la abuela sonriente. Quiten esas caritas tristes, que no pasa nada y abrazó fuerte a la pequeña que lloraba sin consuelo. 
El hombre extraño para ellos, bajó también las escaleras, riendo como la abuela.
_ ¡Que nietos tan lindos y graciosos tienes hermana mía! 
Los pequeños no entendían mucho, así que la abuela los invitó a sentarse en la sala, a comer un rico postre que les había comprado y les contaría quien era ese señor y porqué tanto cuidaba aquel baúl. 
_Hace muchos años, comenzó diciendo la abuela, me casé con su abuelo y nos vinimos a vivir aquí. Yo vivía en otro país, muy lejos de acá, con otras costumbres, otra vestimenta, otra música. 
Así que cuando llegamos, mi ropa se veía extraña, por lo que tuve que comenzar a vestir como los demás, pero guardé mi ropa, mis zapatos, mis sombreros y mis discos como un tesoro, era lo que me mantendría unida a mi familia que tan lejos quedó, a mi país al que tanto amo y a sus costumbres tan distintas.
Los pequeños escuchaban muy atentos. No era nada de lo que pensaban, cuando tan intrigados se preguntaban que tendría el baúl.
_ ¿Y tienes música abuela? Preguntó el mayorcito. ¡Queremos escuchar!
Así que trajeron los discos, e intentaban bailar con aquella música que les sonaba divertida. 
La abuela y su hermano, no podían más que observar a los pequeños con una sonrisa en sus rostros. 
Ese día los pequeños aprendieron una gran lección.
La abuela cuidaba tanto aquel baúl, porque en él, guardaba lo único que la hacía sentirse cerca de lo que tanto amaba y extrañaba, sus seres queridos y la tierra donde creció. 
Las cosas, no siempre tienen que tener un valor material, para ser tesoros. 
Los tesoros más valiosos son aquellos que guardamos en el corazón. Aquello que nos recuerda o acerca a las personas que queremos, llega a convertirse en el tesoro más valioso del mundo, porque no se puede comprar con dinero. ¡Es el tesoro del corazón, es el amor!

Mónica Beneroso Salvano
Yeruti
Uruguay
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