Seguidores

martes, 16 de octubre de 2018

La magia de las luciérnagas

La magia de las luciérnagas

Los bichitos de luz, o luciérnagas, son como estrellitas con alitas. Iluminan los campos, con sus lucecitas, como las estrellas que adornan el cielo, y hacen guiñaditas a quienes las observan.
De tardecita, cuando el sol ya se puso su pijama para irse a dormir, ellas comienzan a encender sus barriguitas y aparecen de entre las flores y hierbas del campo.
Las luciérnagas mayores, siempre cuentan una leyenda a sus pequeños.
Cuenta esa leyenda, que algunas luciérnagas, alguna vez, fueron estrellas. Al caer a la tierra, como estrellas fugaces, el hada más mágica de todas las hadas, las rescata y en obsequio de bienvenida, les pone un par de alitas. Ellas no recuerdan que llegaron del cielo, pero aman a las estrellas y juegan a ser ellas.
Anica era una pequeña luciérnaga, con alitas muy muy grandes, con motitas brillantes, color oro. Todas las demás, siempre la protegían mucho, porque se le dificultaba elevarse, con esas alas tan enormes. Necesitaba ayuda para subir, pero luego, podía quedarse inmóvil, suspendida en el aire, de lejos, parecía una estrellita más; podía dar giros, subir y bajar de golpe.
Pimpi, la reina de las luciérnagas, tenía por el contrario, un foco enorme y unas alas más pequeñas que las demás. Ellas le permitían elevarse a gran altura, volar muy rápido y dar giros sorpresivos. Eso hacía que pudiera alertar a las demás, de algún peligro. Era la encargada de la protección de todas.
La pequeña Anica, soñaba ser como ella, pero ni su foco era tan grande, ni sus alitas adecuadas.
Una noche, Anica no quiso salir de la flor que habitaba porque se sentía triste. Ya que nunca podría ser una luciérnaga reina. Sus alitas, no paraban de crecer. Ya estaba haciéndose adulta y ella seguía siendo muy pequeñita, aunque sus alitas cada día, se cargaban más, de aquellas motitas brillantes.
Todas salieron a recorrer el campo, jugaron escondidas entre las ramas de los árboles y entre un grupito de pequeños que las perseguían, corriendo y saltando para atraparlas.
Anica se quedó en su flor. Pimpi la reina, llegó hasta la flor, para hablar con la pequeñita.
-Anica, no me gusta verte triste. Oye lo que voy a contarte.
_Si ya se, Pimpi. Me dirás lo de siempre. Que todos somos diferentes, pero a la vez iguales. Que mi luz es hermosa, que mis alas son las más bellas de todas, únicas… bla bla.
_ Chiquita… lucecita bella… oye. ¿Recuerdas la leyenda?
_ Si…y que me dirás, ¿que fui estrellita alguna vez?
_ Mmmm quizá… no lo sé. Pero sabes… hay otra leyenda que solo la reina sabe y que a una sola luciérnaga se le puede contar. Y tú eres esa luciérnaga.
_ ¿Yo? ¿Y cuál es esa leyenda Pimpi? ¿Y por qué a mí, puedes decímela?..
_ Calma, lucecita… escucha. Te contaré la leyenda solo a ti, y será un secreto entre las dos.
Anica asintió con su cabecita y escuchó a Pimpi atentamente.
Esa leyenda secreta, cuenta que el hada más mágica de todas las hadas, no es más que una luciérnaga que ha nacido con alas enormes, llenas de motitas, del color de las estrellas. Con un foco pequeño, para que no sea demasiado el peso de su barriguita y entonces pueda volar y dar cien volteretas y atrapar las estrellas fugaces antes de chocar contra el suelo. Luego sacará polvo de estrellas de las motitas de sus alas y creará las alitas para que esas estrellitas fugaces, por un acto de magia, se vuelvan luciérnagas.
Anica... estaba muda, y eso era complicado. Con los ojitos abiertos de par en par. Estaba maravillada con esa leyenda. Se sentía, esa hada mágica que contaba la leyenda.
Se puso tan feliz, que agradeció a Pimpi el que le hubiera contado la leyenda y saltó de la flor. Tan emocionada estaba, que subió sola sin ayuda de nadie, alto, alto…. tan alto, que parecía un puntito en el cielo.
Ahora todas las demás habían quedado mudas. Miraban al cielo observándola y no podían creer las maravillas que hacía Anica en su vuelo, y la sonrisa que tenía en su rostro. Parecía otra luciérnaga. Estaba feliz.
En una de esas volteretas que estaba dando Anica, vio que alguien se le acercaba. Se asustó mucho, pensó que era un depredador. Algún ave nocturna que venía a comérsela.
Su corazoncito latió muy fuerte, pero enseguida logró ver a un hada diminuta, a la que le brillaban muchas las enormes alas.
Su corazón siguió latiendo muy fuerte, pero ya no de susto, sino de emoción.
¡Era el hada mágica! ¡Y estaba frente a ella! Nadie antes la había visto. Solo en las leyendas que las reinas contaban.
_Hola Anica... dijo el hada mágica. Que bellas están ya tus alas. Están casi listas.
_ ¿Y tú como sabes mi nombre? Preguntó Anica asombrada.
_Es que soy un hada mágica, ¿lo olvidas? Yo sé todo de ti, desde que naciste. Siempre he estado muy cerquita de ti, cuidando que las motitas de tus alas crecieran hermosas y bellas, sobre todo con mucho polvo de estrellas.
_ ¿Polvo de estrellas? ¿Mis alas, tienen polvo de estrellas?
_Así es preciosa lucecita. Ven conmigo, te mostraré algo.
Ambas volaron hasta el borde del río, donde la luna se reflejaba majestuosa.
_Mírate Anica. Mírate en el espejo de agua.
_ Ohhh…. ¡Soy como tú!.... Soy igualita a ti… pero… ¿por qué soy igual a ti? …. Oohhhh ¿es que soy un hada mágica?
_Si pequeñita, si lo eres. Eres una hermosa hada mágica.
Tú me acompañarás a recibir a las estrellitas fugaces. Juntas pondremos polvo de estrellas y haremos magia, para que crezcan sus alitas y así puedan vivir como luciérnagas, aquí entre las demás.
Así fue que ese día, Anica entendió que la diferencia del exterior, no es impedimento para que nos destaquemos en algo. Todos tenemos un don, o una habilidad. Hay que saber encontrarla. Los humanos también tenemos hadas mágicas que nos ayudan a descubrir nuestras habilidades. A veces es mamá, otras una maestra, algún amigo, primos, abuelos…
En realidad, todos somos hadas mágicas, cuando apoyamos y acompañamos a alguien, a sentirse mejor.
Mónica Beneroso Salvano
Yeruti"
Uruguay
Derechos reservados
Imagen de la web

No hay comentarios:

Publicar un comentario